Cuando viajas y realizas varios países en una misma ruta, a veces es inevitable amanecer en un país para acabar durmiendo en otro (habiendo pasado por uno o más en ese tránsito). Justo eso hemos vivido nosotras en nuestra ruta hacia México, la segunda parada del viaje. Una experiencia más para anotar en nuestro curriculum viajero.

 

Son las 6 menos cuarto de la mañana y ya estamos en la puerta del apartamento esperando al Uber que nos llevará al aeropuerto.

Aunque nuestra intención inicial era acercarnos a Union Station y coger el mismo metro que el primer día, tras mirar los precios de Uber y ver la comodidad que supone ir de puerta a puerta sin mojarnos (la ciudad llora porque nos marchamos y llueve bastante), nos decidimos por esta opción.

El vuelo sale a las 9 de la mañana, pero somos chicas previsoras y tener que pasar el control hacia América nos da respeto, así que preferimos ir con tiempo.

El trayecto desde Wellington street (donde se encontraba nuestro apartamento) hasta el aeropuerto dura menos de media hora y se hace muy ameno gracias a Leon, nuestro conductor, un chico de Trinidad que ahora vive en Canadá. El precio del Uber fueron 14€, una tarifa muy barata si comparamos con España.

Cuando llegamos al aeropuerto intentamos buscar para que nos devuelvan las tasas que hemos pagado durante estos días, pero desde hace ya años ya no se hace.

El check in no se hace a través de mostradores como estamos acostumbrados, sino a través de máquinas que te imprimen tanto la tarjeta de embarque como las etiquetas de facturación para el equipaje. Nada más facturar nos ponemos en la cola para el control de seguridad, el control de visados y aduanas. 

 

Y aquí llega el momento surrealista del día y del viaje hasta ahora. De nuevo, todo está telematizado y tenemos que rellenar por nuestra cuenta todos los datos.

En el momento de pasar las huellas dactilares, tanto a Teresa como a María José les da error y les dice que tienen que pasar por aduanas. Aún así, lo intentan de nuevo y por fin les imprimen el documento.

Ya sí, esperamos a que nos sellen el pasaporte y nos permitan acceder a la zona de embarque. La primera en pasar es María José, a los pocos segundos llaman a Teresa y por último a mi. A pesar de ser la última en pasar, soy la primera en terminar y, cuando busco a las dos con la mirada para ver cuántoles falta, María José ha desaparecido y a Teresa se la llevan y no me permiten ir con ella.

Cruzo hacia la zona de embarque, que es el único sitio al que puedo ir y les escribo a ambas por whatsapp para ver dónde están. Teresa contesta rápidamente, la han llevado aparte porque lleva una mandarina y no está permitido cruzar fruta a Estados Unidos, pero María José no da señales de vida.

Teresa aparece en pocos minutos en la puerta de embarque pero hasta 10 minutos después ni rastro de nuestra tercera en combate.

Cuando por fin aparece nos cuenta que tras preguntarle si llevaba comida le pidieron que acompañara a un policía, la habían aislado y pedido que dejara sus pertenencias personales a parte. Cuando ella preguntó qué pasaba, le dijeron que se debía a que su nombre se parecía al de otra persona. Tras unos 15 minutos que a ella le parecieron eternos, le dicen que ya puede marcharse y le devuelven tanto el pasaporte como sus objetos y le desean un buen día. Vamos, lo normal cuando viajas a EE.UU.

 

El vuelo salió con unos 15 minutos de retraso, 3 horas y media de viaje aproximadamente de nuevo con Air Canadá donde aprovechamos para terminar de ver las películas que dejamos a medias en el primer vuelo y descansar.

 

Llegamos a Houston a la Terminal A, y nuestro vuelo a Cancún salía a las 16:30, así que teníamos unas 5 horas de escala. Para nuestro vuelo teníamos que llegar a la Terminal E, a través de un skytrain gratuito que conecta todas las terminales.

Aquí ya no necesitamos pasar más controles o aduanas así que, tras localizar la puerta de embarque, buscamos un lugar donde comer.

El elegido fue Ruby’s, un local ambientado en los 70, siguiendo el estilo de Peggy Sue o la película Grease. Aquí comimos una hamburguesa con patatas espectacular por 14,60$ y ya sí, empieza nuestra laaaaarga escala.

Por mucho móvil y wifi gratuito que exista, estábamos tan aburridas que yo acabé tirada por el suelo mientras María José me hacía fotos y Teresa grababa todo.

 

 

En el avión nos entregan unos documentos que debemos rellenar y entregar a nuestra llegada al país. Durante el vuelo disfrutamos de un atardecer que nos dejó sin palabras, el cielo se tintó de rosa y azul, dándonos un espectáculo mágico.

Como pasará durante todo el viaje, nada más llegar pasamos por inmigración donde nos sellan el pasaporte. ¡YA ESTAMOS EN MÉXICO!

Para llegar al hotel debemos tomar un autobús que nos deje en la estación de autobuses. El ticket se debe pagar en efectivo (por mucho que en información os digan que se puede pagar con tarjeta, no es verdad). De nuevo la situación es surrealista, para vender un solo ticket la mujer tarda 15 minutos, por lo que el autobús se marcha prácticamente vacío y nos hacen esperar casi una hora hasta que por fin nos montamos. Cuando por fin llegamos a la estación de autobuses, estamos tan cansadas que nuestra cena es un helado de un puesto de la propia estación, no queremos ni buscar algo decente.

El hotel se encuentra justo frente a ésta. Esta noche nos alojamos en el Hotel Plaza Caribe pero, aunque es un hotel de cuatro estrellas, no lo recomendamos en absoluto. Aunque por las fotografías de Booking parecía que estaba genial, nos decepcionó bastante. Para que os hagáis una idea, no teníamos ni toallas en la habitación, era súper ruidoso y la limpieza deja bastante que desear, pero estamos tan cansadas después de todo el día cruzando el continente que caemos rendidas.

Mañana por fin nos espera un autobús rumbo a Valladolid y empezaremos a disfrutar de lo bonito que es México. 

 

 

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