En 1991, cuando Aung San Suu Kyi fue galardonada con el premio Nobel de la Paz, hizo un llamamiento a todo el mundo a visitar Myanmar, un país asiático prácticamente oculto y con mucho por explorar. Desde ese año, amantes de lo desconocido iniciaron un peregrinaje desde todos los rincones del mundo para encontrar ese tesoro inmaterial que esconde Birmania. Yangón es nuestra puerta de entrada a este viaje que nos cambió y nos ayudó a ver el mundo desde una perspectiva muy diferente a la que conocíamos. Aquí empiezan mis diarios de viaje a Myanmar.

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Yangón es esa ciudad donde el reloj empieza a «fallar», el segundero parece moverse algo más lento y el tiempo cautiva sigilosamente.

Los días aquí se llenan de contrastes y de detalles por descubrir. Donde el primero en captar mi atención es una banda sonora que mezcla el bullicio de los cláxones con la fuerza del silencio de la oración. Poco a poco voy descubriendo que el país muestra tantos opuestos que sólo podremos intuir su realidad cuando nuestro viaje llegue a su fin.
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Yangon es una ciudad que no enamora a primera vista, seamos sinceros. Pero es una ciudad que te muestra destellos de su interior; que te atrapan de tal manera que querrías guardarlos en tu recuerdo eternamente.

Sí, Yangón es el punto de acceso a un país que no os defraudará.

Es el comienzo del cambio de cultura, es el inicio de una gran aventura. pudiera parecerlo, Yangon no es la capital del país. Aunque sí el punto de acceso a este y el primer contacto que tiene la mayoría de viajeros con Myanmar.

Lo mejor al visitarla (al igual que con el resto del país) es ir sin ideas preconcebidas; en mi caso, a pesar de saber que no era la capital, también sabía que de cara a los viajeros ejerce como tal y que sería una de las ciudades más avanzadas que encontraría en mi ruta.

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Salgo del hotel en torno a las 9 y media de la mañana y, tras examinar con detenimiento el mapa, descarto la idea de coger autobuses o taxis e intento ir caminando.

La primera parada sería Kaba Aye Pagoda, a unos 8 km del centro.

Después de casi una hora caminando, me doy cuenta de por qué todo el mundo decide elegir las opciones que antes habíamos rechazado. En Myanmar no saben leer mapas ni indicarte direcciones, (además de que las distancias son más grandes de lo que parece en los mapas). Por más que preguntes cómo llegar a la pagoda, cada persona te indica en direcciones opuestas a las anteriores y no dan seguridad de que llegues al destino.

SAN PYA FISH MARKET

Viendo que estaba perdiendo tiempo y que de esa manera nunca llegaría a nuestro destino (sumado al calor sofocante) tomo un taxi con una primera parada en el mercado San Pya Fish Market por 2000 kyats.

¿Y por qué este mercado cuando todo el mundo decide visitar Bogyoke?

Cuando decidí hacer este viaje, una de las cosas que me propuse era, además de visitar lo típico, salir un poco de esa zona de confort y conocer la realidad del país tal y como lo hace un local.

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El mercado se encuentra a orillas del río Rangoon, donde los barcos pesqueros llegan a partir 2 de la mañana con sus mercancías.
El pescado es arrojado al suelo, los trabajadores lo clasifican por categorías. El pescado de calidad se coloca en hielo para exportarlo y el de calidad nacional se almacena para la venta local a restaurantes y el resto a mercados de los alrededores.

Aunque sabía que su punto álgido era hasta las 8 de la mañana y llegaba algo tarde, me apetecía vivir la experiencia.

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El aroma nada más entrar es indescriptible. Hay un olor fortísimo a pescado (concretamente a pescado pasado). El suelo es un enorme charco de agua sucia con restos de peces y todo tiene un aspecto muy descuidado. Basura por el suelo, restos de verdura y frutas a ambos lados de la calzada.. ¡No es un lugar apto para sandalias!

A pesar de llegar a las 10 de la mañana, aún hay movimiento. Hay gente cargando pescado en cajas y organizándolas. Tras una pequeña visita y varias fotografías tomo otro taxi dirección a Kaba Aye Pagoda.

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KABA AYE PAGODA

Kaba Aye en Myanmar significa Paz Mundial, y es precisamente a eso a lo que está dedicada. Se construyó a mediados del siglo pasado con intención de tener un espacio con un ambiente tranquilo y en paz para los monjes y devotos.

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La entrada cuesta 3000 kyats por persona. A la que hay que sumar una «tasa» de 100 kyats para acceder con el taxi. Pronto os daréis cuenta de que Yangón es una ciudad donde os cobrarán tasas por cualquier motivo; lo mejor es acostumbrarse y resignarse.

Es la primera pagoda que visito y, como bien manda la tradición, nada más entrar me hacen descalzarme. Los zapatos se deben dejar en una consigna que se encuentra en el exterior.

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Una vez dentro, encontraremos un pasillo con puestos de artesanía a ambos lados. Talladores de madera se esmeran en terminar de dar forma a un Buda, un elefante o un cocodrilo. Los vendedores intentan crearte la necesidad de comprar una figurita o cualquier cosa que tengan en venta.

Y cruzamos por fin al espacio sagrado. El suelo está cubierto por unas esterillas que destrozan los pies al caminar sobre ellas (de hecho llegué a pensar que están ahí como método de purificación; te hacen sufrir para poder llegar a tu meta.

A mi lado camina un monje que, al cruzar el templo, se sienta a charlar con los trabajadores. Es en este momento cuando al pagar la entrada y me pegan un adhesivo en el brazo que me permite el acceso.
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El templo es circular.

Debéis tener en cuenta que en Myanmar las pagodas se recorren en el sentido de las agujas del reloj.

El interior contiene el Buda de plata más grande del país. Aunque «la piel» es de plata, la vestimenta sigue siendo de oro; como ocurre con el resto de Budas que encontraremos en la pagoda.

A sus pies hay flores a modo de ofrendas y casi diez personas arrodilladas orando sus plegarias. Hacer fotografías no supone un problema, resulta curioso. Estoy segura de que si hicieran fotos a un cristiano en plena oración en una iglesia, éste se sentiría algo molesto.

Caminando por la zona me llama la atención es que cada pocos metros encuentro urnas de cristal para donativos y la mayoría están casi llenas.

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La zona que rodea a la pagoda (que también pertenece al recinto) es preciosa, con jardines que colorean el paisaje mucho más. Algo que me gustó mucho de Yangón es que las pagodas no sólo son lugares de culto; sino que están decoradas con cientos de colores, creando un espacio de reunión donde te apetece estar y del que sacarías miles de fotografías.

En esta zona encontré un grupo de niños pequeños jugando mientras sus padres almuerzan. Tengo que reconocer que durante todo el día me estuve resistiendo bastante a hacer fotografías de gente porque me parecía invasivo y, cuando nos acercamos a ellos, de nuevo reprimí esas ganas voraces de disparar tras el objetivo.

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Cuál fue mi sorpresa cuando fueron ellos los que se acercaron pidiendo fotografiarse conmigo. Los padres parecían encantados de que sus hijos fueran los modelos de mi cámara (y estoy segura de que no son las primeras ni las últimas, no hay más que ver el resultado, son súper fotogénicos).

Me marcho tras retratar casi por cada ángulo posible la pagoda y, a la salida, recojo mis sandalias. Es ahora cuando hay que pagar 1000 kyats por recogerlos.
Esta será la primera y última vez que me limpie los pies con toallitas. Al final, caminar descalza es algo que echaré de menos.

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SULE PAYA

Por algo menos de 7000 kyats me pongo en marcha hacia la siguiente parada.
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Justo en el centro de la ciudad se encuentra Sule Paya que consta de un templo dorado de 2000 años de antigüedad en su rotonda principal.

Cuando llegué decidí descalzarme antes de entrar y guardar los zapatos en la mochila para evitar pagar por dejarlos.

Nada más verme, me preguntan dónde está mi calzado y poner caras no demasiado amigables.

De nuevo, antes de llegar a la zona sagrada hay tiendas (incluso cajeros para sacar dinero).

La entrada cuesta 3000 kyats por persona y aquí sí me hacen cubrirme con un pañuelo (a pesar de que no iba enseñando los hombros) por eso os recomiendo ir siempre con un pañuelito por si os piden cubriros aún más.

Aunque no se sabe con seguridad, se cree que esta pagoda es anterior a la Shwedagon Paya.

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El nombre de la estupa central «Kyaik Athok», significa «la estupa que consagra la reliquia del cabello sagrado» en lengua mon. Uno de sus características es su forma octogonal y su altura; mide 46 metros.

La zona superior está rematada con una campana y un cuenco invertido. En la entrada norte podemos encontrar un pequeño karaweik dorado, un barco real donde se depositan las oraciones escritas. Tras tirar de una cadena, estas ascienden al santuario que hay sobre la estupa.

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Aunque no se sabe con seguridad, se cree que esta pagoda es anterior a la Shwedagon Paya. El nombre de la estupa central «Kyaik Athok», significa «la estupa que consagra la reliquia del cabello sagrado» en lengua mon. Uno de los rasgos característicos de esta pagoda es su forma octogonal y su altura, mide 46 metros.

La zona superior está rematada con una campana y un cuenco invertido. En la entrada norte podemos encontrar un pequeño karaweik dorado; un barco real donde se depositan las oraciones escritas y, tras tirar de una cadena, ascienden al santuario que hay sobre la estupa.

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De nuevo en la calle. Son las 3 de la tarde pasadas; el hambre aprieta y, tras buscar algunos de los restaurantes que recomendaba la Lonely Planet y no encontrarlos, la opción es un KFC. En total 8.000 kyats por la comida.

De nuevo tomo un taxi, esta vez por 2500 kyats con dirección a la pagoda Shwedagon. Algo que me sorprendió mucho es que al cerrar la puerta, el taxista me dice que no haga demasiado ruido. Al preguntarle el por qué, me comenta que su hijo va durmiendo detrás.

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SHWEDAGON PAGODA

Shwedagon pagoda es uno de los lugares más importantes del budismo. sus 99 metros de altura hacen que sea visible casi desde cada punto de la ciudad. Cruzar la puerta de entrada es entrar en otro mundo, y es cuando te das cuenta del por qué de su precio y de que merece la pena pagarlo; estamos en la zona más imponente de Yangón.

Según cuenta la leyenda, en la colina Singuttara existió una estupa durante 2600 años, desde que dos hermanos comerciantes se encontraron con Buda. Este les entregó ocho de sus cabellos para que los llevasen a Myanmar y los entregasen al rey Okkalapa. Él los guardó en un templo de oro junto con las reliquias de tres budas anteriores. Alrededor de este templo se construyó otro de plata, otro de plomo, otro de mármol y, finalmente, uno de hierro y ladrillo.

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En el siglo XV empezó a dorarse la estupa exterior; incluso una reina llegó a aportar su peso en oro para cubrir la pagoda.

Aunque ha sufrido varios robos a lo largo de su historia, y daños como los causados por varios terremotos, poco a poco ha sido restaurada. La terraza principal, cubierta por suelos de mármol, está repleta de salas de oración con imágenes de Buda y pabellones.

En el centro de esta terraza, sobre un zócalo de 6 metros se eleva la estupa principal, rodeada por otras de menor tamaño. Cuatro de ellas, las más anchas, marcan los puntos cardinales, las de tamaño medio señalan las esquinas del zócalo y, en torno a estas, encontramos otras 60 más algo más pequeñas.

El tiempo se me escurre y tengo apenas 2 horas y media para visitar la gran pagoda de Yangon. Las ganas de conocerla son inmensas. Es la pagoda más impresionante de la ciudad.

Lo primero que encuentra el visitante son unas inmensas escaleras que te van haciendo a la idea de la grandiosidad de lo que espera unos pasos más arriba. Las entradas cuestan 8.000 kyats por persona; pero tened cuidado porque intentan timar a los turistas cobrando 2000 kyats de más a cada uno.

A pesar de que había un cartel gigante con el precio, cuando le dimos los dos billetes de 10.000, no nos daban cambio. Al decirles que nos dieran nuestro dinero, decían que eran 10.000 kyats por persona. Nuestra cara era un cuadro, nos acercamos al cartel y le señalamos el precio y, sólo entonces, nos dieron nuestros 4.000 kyats y con cara de pocos amigos.

Lo más importante de esta pagoda es que, además de las 27 toneladas de pan de oro, los cuatro mil diamantes y las miles de gemas que adornan su exterior, en su interior alberga un tesoro para los birmanos: ocho cabellos de Gautama Buda y las reliquias de tres Budas anteriores. No hay otro lugar en el mundo comparable a esta pagoda.

Alrededor de la estupa hay 12 postes planetarios que corresponden con los días de la semana donde los lugareños rezan.

Aquí se suele «bañar» al Buda que señala tu día de nacimiento (en mi caso el lunes), pero había tanta gente en ese momento que fue imposible (aunque lo cumpliría más adelante).

Mientras caminamos encontramos a una multitud de fotógrafos. En el centro hay un niño de poco más de un año en brazos de su madre. Todos se abalanzaban sobre él para sacar la fotografía perfecta. Me acerqué por verlo mejor de cerca y se lanzó a mis brazos sonriendo. Al resto de fotógrafos pareció no hacerle demasiada gracia pero yo disfruté muchísimo del momento.

Justo a un metro de él, un monje rezaba y la situación anterior se repetía. Esta vez sí que apreté el botón de mi cámara, aunque una sola vez ya que sentí que invadíamos la intimidad de una persona; uno de los fotógrafos prácticamente tenía su objetivo pegado a la cámara del monje. ¿Alguna vez el turista se plantea esto o todo vale por conseguir la mejor foto?
Con un solo click ya sabía que tendría la mía, saliera como saliese. No quería incomodar con mi cámara a alguien que transmitía tanta paz y, a la vez, tanta tristeza con la mirada.

Durante la visita encontraréis cientos de fieles rezando y muchísimos monjes. Yo no pude evitar sentirme parte de la cultura y meditar junto a ellos.

 

El tiempo pasa volando entre los techos puntiagudos de las pagodas y, aunque me hubiera encantado ver anochecer y disfrutar de la pagoda ya sin luz, el tiempo apremia y me espera un bus que no puedo perder.

Aunque la idea inicial era ir caminando al hotel, tras volver a preguntar y ver que no saben indicar qué dirección tomar; descarto esa idea y tomo un taxi que hace una parada en el hotel para recoger la maleta.

El precio del trayecto total son 8000 kyats tras varios minutos de regateo. En estos casos os vendrá muy bien ir preguntando en hoteles y restaurantes cuánto pagarían ellos por el recorrido que quereis hacer para no pagar excesivamente.

En mi caso, sabíaque la Shwedagon Pagoda sería la última que visitaría, así que por la mañana habíamos preguntado en el hotel el precio que me recomendaban pagar por la ruta.

Es importante que iniciéis vuestro camino a la estación de autobuses de Yangón al menos con dos horas de antelación; la estación se encuentra lejos y el tráfico hará que tardéis mucho más.

Una vez con la maleta en mi poder empieza la ruta.

Yangón parece la ciudad sin ley en lo que a tráfico se refiere. Los taxis sin cinturones de seguridad, a velocidades que llegan a asustar, con adelantamientos temerarios y, en pocos metros, suspiras varias veces pensando que chocarás.

Las dos horas de antelación casi se quedan cortas, pero a la vez se hacen eternas por el miedo a como se conduce en Myanmar.

EL BUS A BAGÁN

Nada más llegar a la estación, se debe pagar otra tasa, 200 kyats para poder acceder.

La estación de autobuses se merecería otra entrada aparte; se podría definir como una pequeña ciudad caótica dentro de una gran ciudad caótica. Yo había comprado el billete un par de días antes del viaje para evitar quedarme sin plaza.

Si necesitáis mirar billetes de autobús o las diferentes rutas que operan os recomiendo estas páginas Myanmarbusticket o Myanmarbuses (pinchando en ellas os llevará a la web). Mi consejo es llevar al menos el primer billete reservado o que lo compréis en el hotel nada más llegar; da igual que sea temporada alta o baja, siempre se llenan.

El taxista me deja cerca de una compañía diferente de buses y se marcha. No sé dónde ir y nadie sabe indicarme nada. Tras preguntar decenas de veces y sortear varios charcos (y coches que casi me atropellan) por fin encuentro la compañía. Recogen mi equipaje en unos segundos y embarcamos rumbo a Bagan.

El autobús, que supuestamente es VIP, es un autobús normal; con la excepción de una manta y una almohada para el cuello.
Suena un poco tiquismiquis, lo sé, pero después de viajar por Perú pensaba que los autobuses VIP serían iguales; con asientos más cómodos, baño y pantalla con películas. Durante el camino nos dan un refresco, un dulce y una botella de agua; (al final sí que tiene algo de VIP jajaja). Según vi ya al final de la ruta, la única empresa que realmente ofrece el servicio VIP es JJ Express.

A las dos horas de camino hace una pequeña parada donde tenemos nuestro primer contacto con los baños letrina. Hay que empezar a acostumbrarse y ¡qué mejor momento para empezar que el primer día!

El viaje en bus no es demasiado bueno; las carreteras en Myanmar están mal asfaltadas (incluso hay tramos sin asfalto) y el autobús se mueve muchísimo, impidiendo dormir. Además, los autobuses en Myanmar ponen el aire acondicionado a tope aunque no sea necesario y llegando a pasar frío. ¡Llevad algo de abrigo!

El autobús llega a Bagán alrededor de las 4 y media de la mañana. El autobús para en la estación de autobuses y ahí decido compartir taxi con un chico que se alojaría cerca de mi hotel. A los pocos segundos de montarnos, pasamos una especie de barrera donde nos hacen pagar la entrada, podemos elegir pagar 20$ o 25.000 kyats. Yo preferí pagar en kyats y reservar los dólares para emergencias; además llevaba en el móvil una aplicación para convertir la moneda y pagando en kyats era más económico (unos 18,26$).

A pesar de que el check in es a partir de las 12 y llego con 8 horas de antelación, me dan la habitación sin coste extra y me reciben con la mejor sonrisa.

Aunque tenía intención de ver amanecer, estoy tan cansada que prefiero dormir y descansar para aguantar el ritmo de todo lo que me espera en esta preciosa ciudad, aunque para eso tendréis que leer la próxima entrada.

¡Muchas gracias por seguirme en esta aventura, os espero en Bagán!

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