Viajar a veces nos hace vivir momentos mágicos y que, en nuestro día a día, olvidamos valorar.

Jamás pensé que un amanecer pudiera ser tan mágico y aportarme, al mismo tiempo, tanta paz y ganas de comerme el mundo. Hoy os regalo uno de esos tesoros inmateriales que guardo como uno de mis mejores recuerdos. Hoy os llevo conmigo a ver amanecer en Bagan.

Apenas hay luz a mi alrededor.

El paisaje se deja entrever únicamente por el destello de alguna farola y de los focos de mi moto y la de algún otro madrugador que, como yo, no quiere perderse el gran espectáculo. Con un mapa en la mano y el móvil a modo de linterna en la otra, intento orientarme y llegar al lugar con el que llevo semanas soñando.

En la oscuridad, todos los caminos parecen iguales, aún así el trayecto no nos resulta demasiado complicado y merece la pena «perderse». Ayer no quisevisitar ninguna de las grandes pagodas para evitar romper el hechizo del amanecer en Bagan; pero sólo con las pequeñas pinceladas que descubrí, ya sé que no me equivoqué al elegir Myanmar como destino.

El despertador sonó a las 3 y media de la mañana, aunque llevaba algo más despierta. Emocionada, me arreglo rápido y tomo la moto eléctrica para desplazarme en plena oscuridad.

A ambos lados de la carretera se quedan atrás pequeñas estupas y algún que otro monje paseando. Tras varias vueltas, intentando encontrar la pagoda perfecta (y dar algún rodeo de más por los caminos) por fin llego a Shwe-san daw. Es, sin duda, uno de los mejores sitios para estrenarse con la salida del sol (siempre que lleguéis con tiempo para «pillar» un lugar).

Shwesandaw es una pagoda blanca de estilo piramidal con escaleras que te permiten ascender a sus cinco terrazas, consiguiendo una vista de 360º; por eso suele ser la elegida para disfrutar tanto de la salida como de la puesta de sol. Además, la terraza superior es amplia, por lo que puede albergar a una gran cantidad de personas sin parecer que estamos en una lata de sardinas.

Shwesandaw significa «cabello sagrado dorado» y hace referencia al obsequio que consiguió el rey Ussa Bago de manos de Anawrahta; un pelo de Buda en agradecimiento a la ayuda prestada para evitar una invasión.

Es muy temprano aún, pero el cielo empieza a teñirse de colores rosados y violetas, marcando las siluetas de un paisaje que parece sacado de un sueño. Dejo la moto y mis zapatos a los pies de la «pirámide» y comienzo a escalar. Apenas hay ruido; aunque ya hay gente por toda la pagoda, nadie quiere romper ese silencio que nos envuelve.

Llegar a la parte más alta tras subir decenas de escaleras es sinónimo de quedarse maravillado.

Una brisa húmeda inunda el ambiente mientras la llanura que se extiende ante nosotros empieza a iluminarse, coloreando de nuevo de rojizo cada pagoda que se muestra bajo nuestros pies.

Si ayer el atardecer me pareció un lujo, estoy a punto de contemplar el amanecer más bonito que he vivido hasta el momento.

El sol está a punto de salir y cada vez hay más gente en la pagoda y casi es imposible encontrar un sitio en primera fila; así que decido cambiar un poquito de posición y dar un rodeo por la terraza para tener un sitio donde poder sentarme mientras disfruto del amanecer. Es la mejor decisión que pude tomar, ya que ahora tengo incluso mejores vistas.

Poco a poco se deja entrever en el horizonte una pequeña línea luminosa que indica que ha llegado el momento; todos estamos esperando, con la cámara en la mano, impacientes por fotografiar el ansiado momento.

Antes de viajar a Myanmar había leído muchos blogs de viajes y algunos de ellos decían que únicamente estaban viendo el atardecer; ya que despertarse tan temprano y aguantar toda la jornada de viaje suponía mucho esfuerzo.

Desde ya os digo que descartéis esa idea. Ver amanecer en Bagan es una de esas experiencias que no se podrían comprar ni con todo el dinero del mundo. Sólo aquellos que lo hemos vivido, sabemos lo especial que es el momento en el que el cielo cambia de color y tiñe la atmósfera de nuevo de ese color teja que tan bien le queda a la ciudad.

Entre vídeos y clicks de la cámara de fotos el sol casi ha terminado de salir y, justo entonces comienza un nuevo espectáculo. A lo lejos, el cielo se inunda de globos que sobrevuelan la ciudad. En un primer momento son sólo uno o dos, pero poco a poco la cantidad abruma. Allá donde miremos hay un globo volando sobre las pagodas y coloreando el cielo de rojos, verdes y amarillos.

Si os digo que llené una tarjeta de memoria quizás me quede corta, y prácticamente todas las fotografías son preciosas. ¿Cómo no iban a serlo con esta maravillosa exhibición, donde somos un público de lujo?

Pero como siempre digo, estos momentos no son únicamente para vivirlos con una cámara en la mano; así que, tras las fotografías de rigor, guardé los aparatos electrónicos para disfrutar del momento, del regalo tan maravilloso que el día nos está brindando y de la felicidad de poder seguir cumpliendo sueños.

Contenta por todas las emociones vividas, desciendo por las infinitas escaleras de la pagoda; recojo mi calzado y la moto con rumbo al hotel para desayunar y volver a la carga visitando la ciudad.

Son las 8 de la mañana aproximadamente, y (como en todos los hoteles) el desayuno que parece una comida de medio día: noodles, arroz, una especie de croquetas de verduras, tortillas.. ¡Lo mejor para reponer fuerzas!

Espero sinceramente que disfrutéis de las imágenes de un momento que a mí me hizo extremadamente feliz y que reviviría cada día a pesar del madrugón.
Para todos aquellos que visitáis Bagan próximamente, solo puedo decir una cosa: no os pongáis excusas, ni el mayor cansancio del mundo merece perderse un momento tan mágico y único.

¿Qué os parece a vosotros este amanecer? ¿Cuál ha sido el más mágico que habéis vivido hasta ahora? Contadme vuestras experiencias y ¡dadme ganas de conocer ese sitio que también os ha robado el corazón con la salida del sol!

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