Hace varios meses leí una frase que me caló hondo; decía algo así como que de las veces que visitar París, la primera es la menos real poque vives de prestado en la promesa de lo que vas a ver y que es cuando regresas cuando la ciudad se abre a tí. Esto sucede con casi todas las ciudades míticas. Supuestamente es en ese momento, en el retornro cuando ves un París mágico del que nunca te quieres marchar. No sé si es realmente cierta, mi primera vez en París fue un sueño y descubrí una ciudad que me enamoró y volver estaba en mi lista de pendientes desde entonces. En esta ocasión (aunque fueron tan solo 2 días) decidí volver a los sitios que, por falta de tiempo, no pude escudriñar y visité algunos totalmente nuevos para, al final, retomar mi amor por los clásicos que ya visité hace unos años.

 

 

Había llegado a París la noche anterior desde Praga con mi primo; a nuestra llegada al aeropuerto decidimos contratar un Uber que nos dejara en su piso (en esta ocasión el alojamiento era gratuito).

A la mañana siguiente mi primo se marchó temprano a trabajar y, después de prepararme salí a la aventura de descubrir una ciudad por primera vez totalmente sola. Tengo que reconocer que, aunque me encanta viajar y a veces pienso en hacerlo sola, nunca me he atrevido; siempre pienso que me sentiré triste o aburrida, o demasiado sola, que me perderé o que no me aportará la felicidad que siento cuando lo hago acompañada. Tomar por primera vez un mapa y caminar únicamente hacia donde me apetecía, sin pensar en que quizás al resto no le agraden los sitios que he elegido fue toda una experiencia (aunque sigo prefiriendo la compañía, jajaja).

No salí demasiado temprano, Praga fue preciosa pero nos recibió y despidió con un frío infernal que desencadenó en un pequeño resfriado (aunque luego me arrepentí de no haber salido antes a pesar de la fiebre). Tomé el metro en dirección a Bastille y me acerqué al restaurante de mi primo a hacer un «brunch».

Como no podía ser de otra manera, me equivoqué al coger el metro y tomé la dirección opuesta (sí, cuando vas con miedo a equivocarte, inevitablemente te equivocarás pero ¿sabéis que fue lo mejor? darme cuenta y deshacer lo erróneo emprendiendo el camino correcto; puede parecer una tontería pero la primera vez que viajas sola y ocurre algo así te sientes fuerte ¡y capaz de encontrar hasta el Santo Grial si te lo propones!) Finalmente llegué a Bastille donde, nada más bajar del metro encontré la Columna de Julio presidiendo y dirigiendo el tráfico.

La importancia de esta plaza reside en su simbología, ya que fue aquí donde se produjo la liberación de la población durante la Revolución Francesa. Esta plaza fue inaugurada en 1840 en honor a los revolucionarios que lucharon contra Carlos X (entre los que encontramos al gran Voltaire); aunque en sus inicios fue una fortaleza para defender la ciudad, Carlos X la convirtió en una prisión (con guillotina incluida). Tras la toma en la Revolución Francesa, se convirtió en el símbolo de libertad que supone actualmente. En 133 se instaló la Columna de Julio, de 52 metros de altura y coronada por una estatua dorada con una antorcha en la mano derecha y una cadena rota en la izquierda.

Muy cerquita se encuentra el Café de la Presse, donde trabaja mi primo. El lugar es súper chulo, de hecho organizan muchísimas exposiciones y eventos allí.

Aproveché para comer tartar de salmón y unas frittes riquísimas e inicié mi ruta. Tenía planeado un camino hacia Notre Dame, haciendo varias paradas en pequeños tesoros de la ciudad (y alguno no tan pequeño pero que en mi primera visita a la ciudad no pudimos visitar).

 

 

El primer alto en el camino es en la Rue Saint Antoine para visitar una pequeña iglesia protestante unida de Francia, una pequeñita iglesia que captó mi atención antes de la primera gran parada que tenía planeada.

Y esta no es otra ni más ni menos que Place des Vosges, en pleno corazón del barrio de Marais.

Ésta es la plaza residencial más antigua de París, entre sus muros llegaron a vivir personajes tan importantes como Victor Hugo o el cardenal Richelieu.

Se inauguró con motivo de la boda de Luis XIII, tras una construcción que seguía una simetría estricta con un jardín arbolado en el centro adornado con una escultura ecuestre de Luis XIII.

 

Si hay algo que caracteriza a esta plaza es la inconfundible fachada de ladrillo rojo que marca todo el perímetro  y sus arcadas limitando el espacio central.

Desde aquí me acerco al Hotel de Sully, que comunica con la Plaza. Fue diseñado por Jean Androuet du Cerceau y en 1634 el duque de Sully lo adquirió cambiándole el nombre a Hotel de Bethune-Sully.

 

Ha sufrido continuas renovaciones y construcciones añadidas, como el ala oeste. En 1862 es clasificado como monumento histórico así que se empieza a preservar y en 1973 finalizan sus últimas reconstrucciones para devolverle su esplendor.

 

Únicamente se puede visitar el patio y el jardín ya que actualmente es la sede del Centre des Monuments Nationaux.

Unos metros más adelante encontraréis la iglesia Saint Paul – Saint Louis, una iglesia barroca construida entre 1627 y 1641 siguiendo el plan de la iglesia del Gesu en Roma. Del exterior destaca su fachada con tres órdenes de columnas  y del exterior la estatua de mármol de la Virgen dolorosa.

 

Caminando por la famosa Rue de Rivoli llegaremos al Hotel de Ville o el Ayuntamiento de París, el lugar donde se encuentran las instituciones gubernamentales de la ciudad. La fachada es una de sus principales características, debido a que está decorada con las imágenes y esculturas de los personajes más importantes de la historia de la ciudad como Rousseau, Voltaire, Richelieu o Pigalle.

 

Una curiosidad que os gustará saber es que frente al Hotel de Ville se tomó una de las fotografías más famosas del siglo XX, el beso fugaz que nos enamoró a todos, capturado por Robert Doisneau

Frente al edificio encontré un pequeño carrusel, no sé si suele estar ahí o fue una casualidad pero como véis no pude resistirme a fotografiarlo.

Continuando el paseo por Rue de Rivoli se puede contemplar la Tour Saint – Jacques o Torre de Santiago, un campanario de estilo gótico flamígero del siglo XVI desde el que los peregrinos del camino de Santiago partían (de ahí su nombre). En ella se pueden encontrar los símbolos de los cuatro evangelistas (el león, el toro, el hombre y el águila) en sus ángulos, además de varias gárgolas y estatuas de varios santos.

 

Llegó el momento de cruzar por uno de los 37 puentes que conectan París. Desde todos ellos las vistas son preciosas. En mi ruta conocí a un fotógrafo que me tomó esta imagen que veréis debajo así que desde aquí @zedd.dc muchas gracias por hacer más fácil la ardua tarea de retratarse en una ciudad cuando viajas sola.

Y ¡por fin llego a uno de los lugares que se quedó en el tintero en mi primera visita a París! La Sainte Chappelle. La primera vez que visitamos la ciudad fue imposible estirar más el tiempo para visitar absolutamente todo lo que tenía anotado en mi lista de imprescindibles y sentí mucha pena cuando tuve que prescindir de un lugar tan maravilloso.

 

La historia de este edificio se remonta a 1237, cuando Luis IX de Francia compró al último emperador de Constantinopla la corona de espinas de Cristo. Dos años después la corona llegó a Francia en un arca de plata, siendo depositada en la capilla de San Nicolás del palacio Real de París. Su devoción le hizo adquirir hasta diez reliquias más, consiguiendo una auténtica colección que merecía un lugar donde ser custodiada. En 1242 comienza la construcción de la Sainte Chapelle, siendo terminada seis años después.

La capilla se pensó como un gran joyero, por eso está inspirada en obras de orfebrería que se utilizaban como relicarios, utilizándose metales nobles y piedras preciosas. Gracias a este pensamiento, se redujo la estructura a un «esqueleto» principal cubierto por grandes vidrieras, creando un espacio donde la luz (un símbolo de Dios) es la auténtica protagonista y los colores crean una atmósfera muy espiritual.

La principal característica, a diferencia de otras iglesias o capillas es que tiene dos plantas: una capilla inferior y otra superior. La Capilla Inferior o Chapelle Basse está dedicada a la Virgen María y estaba abierta a todo el pueblo. Está formada por tres naves y aquí el color es muy importante. Las columnas azules con flores de lis son el símbolo de la Corona francesa, mientras que las columnas rojas con castillos de oro son de Castilla (Luis IX era hijo de Blanca de Castilla).

La Capilla Superior o Chapelle Haute es la más impactante, como os comentaba antes sus vidrieras de infinidad de colores (aunque destacan el rojo, el azul y el amarillo) crean un espacio místico donde es fácil sentir esa conexión espiritual con Dios. Aproximadamente en 600 metros cuadrados, vemos representadas escenas bíblicas como el Génesis y el Éxodo, escenas con referencias a la realeza, a los soberanos del Antiguo Testamento y al propio Luis IX portando la corona de espinas.

El elemento más llamativo es el rosetón central, que muestra escenas del Apocalipsis.  Para acceder a ella es necesario subir por una escalera de caracol, era aquí donde se encontraban las reliquias sagradas y únicamente podía entrar la realeza. Y si os lo estáis preguntando: no, ninguna de estas reliquias se encuentran actualmente aquí. La entrada cuesta 8,5€ y realmente merece la pena (si sois menores de 25 años entraréis gratis) creo que es uno de los lugares más bonitos de toda la ciudad y perderse la visita es casi un sacrilegio.

Ahora es el turno de una de las catedrales más bellas de todo el mundo. La primera vez que visité la ciudad, esta fue mi primera para y quedé tan enamorada de Notre Dame que continuamente soñaba con volver. No podría describir con palabras la emoción de recorrer las galerías de las gárgolas o contemplar todo París a mis pies desde su parte más alta, por no hablar del interior. Si intentara volver a expresar mis emociones al volver a Notre Dame, no creo que fueran muy diferentes a las que os conté aquí (pinchando os llevará al enlace de mi primera visita).

Volver a las ciudades que ya has visitado es para muchos una pérdida de tiempo, pues consideran que es mejor descubrir nuevos lugares. Para mí, regresar a ese lugar que te hizo feliz es reanudar ese flechazo y modificar el sentimiento por un amor eterno. Cada viaje es diferente al anterior, cada visita te aporta algo nuevo; por eso no rechacéis retornar a una ciudad que ya os conquistó, porque no os decepcionará.

Visitar el interior de Notre Dame es gratuito desde las 8 de la mañana hasta las 18:45; aunque si queréis subir a la parte superior deberéis aguardar una enorme cola y, si sois mayores de 25, la entrada deja de ser gratuita.

 

El interior sigue consiguiendo enmudecer a quien la visita. Aunque carece de muebles antiguos o altares, ya que fueron destruidos durante la Revolución, sí que podemos encontrar en el crucero septentrional una virgen que personaliza el espíritu de la catedral. Es la gran señora o dama de París. Mientras que el resto de vírgenes francesas aparecen como plebeyas, esta tiene el porte de una mujer aristocrática.

Otra escultura que impresiona (especialmente a mí al contemplarla desde atrás) es la Piedad de la Capilla Mayor, debido a que Luis XIII pidió expresamente que esta escultura fuera ubicada aquí. Es una escultura con un gran culto por su significado: la Virgen María levanta los ojos mientras en su regazo tiene a Jesúcristo ya fallecido.

Son las 16:20 de la tarde y he quedado con mi primo a y media en el punto cero. Para los que no lo sepáis, justo frente a la catedral se encuentra un enorme medallón similar a la rosa de los vientos, éste marca el punto cero desde el que se miden todas las distancias en Francia, además de estar considerado como el centro de la ciudad. Aprovecho estos minutos extras para tomar alguna fotografía del exterior de Notre Dame y descubrir detalles ocultos de la catedral.

 

Uno de estos detalles (aunque a penas se nota) es intentar averiguar  qué cabezas de las esculturas de la fachada son originales y cuáles restauradas. Durante gran parte del siglo XIX se realizó una labor de restauración ya que la mayoría de esculturas habían sido decapitadas (incluyendo algunas gárgolas). Aunque sí que hay una de estas estatuas, justo a la entrada, que aparece sosteniendo su cabeza con su mano. Es Saint Denis (o San Dionisio) el primer obispo de París que fue asesinado en esta zona por miedo a que el cristianimo avanzase en época de las Galias.

La leyenda cuenta que, tras ser decapitado, San Dionisio recogió su cabeza y caminó 6 kilómetros, llegando a Montmartre (a la vía que hoy se conoce como Calle de los Mártires) hasta que encontró a una mujer a la que le entregó su cabeza para que la enterrara, fundándose justo ahí la iglesia de Sant Denis (que me apunto para visitar en el futuro)

Frente a Notre Dame se alza la estatua ecuestre de Carlo Magno. Fue realizada en bronce por los hermanos Charles y Louis Rochet en 1882. En el siglo I, Carlomagno fue el rey de los franceses y fundador del Imperio Carolingio, además de emperador y padre de Europa.

 

 

Cruzamos el puente y dejamos atrás Notre Dame para hacer un pequeño break en nuestra ruta (ya estoy acompañada) aunque se puede considerar una parada obligatoria para aquellos que visitáis París para recorrer Shakespeare and Co, una utopía hecha librería en pleno corazón de la ciudad. Tal vez sea éste uno de sus puntos fuertes, un lugar privilegiado: una librería junto al Sena, cerca del Barrio Latino y rodeada por edificios del siglo XVII, delante de decenas de puestos (algunos con más libros intentando hacer competencia). Parece que es una imagen que podría haberse vivido hace 50 años, cuando se fundó lo que hoy es parte de la historia de la literatura.

Tras sus puertas estuvieron escritores como Hemingway, F. Scott Fitzgerald o James Joyce. Cientos de escritores noveles han pernoctado buscando la inspiración y la fama y durante un tiempo se dedicó a vender libros censurados. Fue durante la Segunda Guerra Mundial, después de que Sylvia Beach (la dueña) se negase a vender un libro a un oficial nazi (dos semanas después de este suceso confiscaron todos los bienes y cerraron). En la clandestinidad Shakespeare and co se convirtió en un punto de encuentro para escritores y amantes de la literatura y, años más tarde, volvió a abrir. Con más fuerza que nunca y convirtiéndose en el emblema que es actualmente.

 

En su interior encontraréis ediciones de coleccionista, versiones muy difíciles de encontrar de grandes libros (y de algunos no tan conocidos) aunque sólo en inglés.

Su esencia sigue siendo la misma que hace décadas (o muy parecida) ya que es lo que atrae a aquellos que se acercan a descubrir esta librería. Dentro podréis leer en cualquiera de sus sillones de la planta superior, incluso tocar el piano que quizás en su día tocaron grandes artistas.

 

Damos un paseo a orillas del Sena. Dejamos atrás Notre Dame mientras el cielo se tiñe de un color precioso. Por momentos rosado, por momentos mezcla los azules y amarillos. Aunque aún falta para Navidad, las calles empiezan a estar iluminadas creando una atmósfera mágica. A nuestro lado, los barcos navegan por el Sena y la ciudad muestra su mejor pose para ser fotografiada.

Nuestro paseo continúa dirección al Palais Royal, uno de los lugares más relevantes histórica y políticamente hablando; en sus jardines tuvieron lugar las primeras reuniones revolucionarias. Uno de sus grandes atractivos es Les Deux Plateaux (o Las dos Mesetas también conocido como Las columnas de Buren), una obra contemporánea (creada en 1986) encargada por el Ministerio de Cultura para dotar al Patio de Honor con un aspecto más bello y original (ya que hasta ese momento se utilizaba como parking.

En total 260 columnas de granito con forma octogonal con franjas negras y blancas de diferentes tamaños, ocupan el espacio. Actualmente es una plaza muy concurrida y siempre suele haber muchos niños jugando allí (es muy difícil tomarse una fotografía sin que aparezca nadie más) y existe una leyenda que dice que si consigues lanzar una moneda y que caiga en la parte superior de la columna más alta, vuestro deseo se cumplirá.

Continuamos hasta llegar a la Plaza de la Concordia, la segunda plaza más grande de Francia. Fue construida en el siglo XVIII pero con otro nombre, Plaza de Luis XV; además justo en el centro podía verse una estatua ecuestre del rey que celebraba su mejora tras una grave enfermedad. A finales de siglo, esta escultura es derribada y su bronce fundido y la plaza es renombrada «Plaza de la Revolución».

 

Durante todo este periodo más de 1000 personas fueron ejecutadas bajo una guillotina (entre ellos Maria Antonieta o Robespierre). Finalmente en 1795 y para celebrar el fin de la época de terror, de nuevo fue bautizada, esta vez con su nombre actual: Plaza de la Concordia.

 

 

En 1838, justo en el centro, se colocó un enorme obelisco traído desde Luxor, un regalo del virrey de Egipto. A ambos lados se encuentran dos fuentes monumentales de estructura romana que muestras figuras humanas con animales marinos. Cada año, como parte del mercado navideño, se instala una noria gigante en esta plaza, justo en el inicio de los Campos Elíseos. Tiene una altura de 65 metros y seguro que es un mirador perfecto para contemplas las Tullerías, el Louvre, el Arco del Triunfo y los propios Campos Elíseos iluminados.

 

Nuestro propósito es acercarnos a la Gran Dama, así que cruzamos el Puente de Alejandro III (para mí, el más bonito de toda la ciudad). Este puente fue inaugurado por la Exposición Universal de 1900 siguiendo un estilo conocido como estilo de la Tercera República Francesa.

En sus 40 metros de ancho y 109 de largo encontraremos una enorme decoración que, además, hace las funciones de contrapeso. Los extremos están decorados con 4 pilones monumentales, rematados con 4 caballos alados de bronce dorado que representan el éxito de las artes, las ciencias, el comercio y la industria. Una de sus esculturas más famosas es la de Léopold Morice, que muestra a una niña con una concha.

 

 

Recorrerlo es una gozada debido a los treinta y dos candelabros de bronce que lo iluminan al caer la noche y le dan ese toque tan romántico; además las vistas son impresionantes, la ciudad tiene tantos colores..

Callejeamos un poquito más y ¡por fín! la Torre Eiffel se deja ver entre los edificios. En posts anteriores os comentaba las expectativas que tenían algunos viajeros y su opinión una vez que llegaban (y se sentían decepcionados), uno de estos lugares era la Torre Eiffel (pinchando aquí os llevará a esa entrada).

Sinceramente, aún no consigo entender cómo alguien puede opinar que carece de historia o que es un «monstruoso andamio que deberían quitar». Ver la Torre Eiffel iluminada, como si de un faro para la ciudad se tratase, me parece majestuoso para una ciudad como París. Es el «complemento» ideal para el resto de edificios, historia y cultura que tiene por ofrecer. Lo confieso, yo no soy de esas a las que les gustaría que se le declarasen en este lugar, pero sí que me parece un lugar mágico (y con tanto amor bajo y sobre ella) que sólo por eso ya merece un respeto.

Es el lugar más utilizado para pedir matrimonio ¿imagináis cuantas parejas se han dicho «si» aquí? En una ciudad donde en los últimos años se viven tanto miedo y tantas fobias, que una de sus grandes atracciones turísticas sea además el número uno en romanticismo dice mucho de nosotros y de las ganas que tenemos de seguir queriendo y amando.

Aunque en esta ocasión no subiría a lo más alto (además las colas eran horrorosas) sí que paseamos bajo ella y aproveché para volver a fotografiarme con ella.

 

Para los que os interese leer un poquito más sobre la Torre Eiffel, os dejo aquí el enlace del post anterior que escribí (donde podréis ver fotos tomadas desde arriba y alguna más de la torre antes del anochecer), pero como sé que sois tan curiosos como yo, os dejo por aquí algunos datos súper interesantes de ella.

¿Sabíais que fue construida únicamente para durar 20 años? Debido a la exposición de 1889, se creó un monumento capaz de impresionar a cualquiera que la contemplase, pero se construyó con fecha de caducidad. El pueblo se manifestó para evitar su derribe y gracias a eso aún sigue en pie.

 

Otra de las cosas que llamó mucho mi atención cuando la leí es que Hitler intentó ser uno de los más de 7 millones de visitantes que tiene cada año la torre, pero no le fue posible. Al enterarse de sus deseos, y para evitar que pudiera llegar a la parte más alta, la Resistencia Francesa cortó los cables del ascensor. La única opción posible para alcanzar la cima era subir los más de 1600 escalones, a lo que Hitler se negó por completo.

En 1944, además intentó demolerla, ordenando al general Dietrich von Choltitz que la destruyera junto con Notre Dame o el Louvre, por suerte éste último se negó.

 

El día está llegando a su fin así que ¿qué mejor plan que acercarse a Trocadero a disfrutar de su maravilloso tiovivo mientras comemos un crep de chocolate blanco?

 

 

Antes de marcharnos contemplamos el espectáculo de luces que ocurre cada hora en punto y a algún músico callejero adornando la velada con La vie en rose y algún que otro tango.

Nos marchamos a casa y cenamos sushi allí, mañana me espera otro gran día en la capital francesa y hay que retomar fuerzas de la enorme caminata de hoy.

Volver a París es siempre una buena idea, no importa lo mucho que la conozcas. Cada viaje es una nueva sensación. ¡Os espero en la próxima entrada!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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